A escasas manzanas de la Octava Avenida, junto a la boca de metro L, encontramos el Café Riazor, un delicioso escondrijo español. La mujer que hace las veces de anfitriona, camarera y atiende la barra tarda pocos segundos en llevar una cesta de pan a la mesa, y estará encantada de reemplazarla por una nueva cuando ésta se acabe. Los almuerzos se sirven entre las doce y cuatro de la tarde, e incluyen “especiales” que vienen acompañados de ensalada de la casa, arroz o patatas (a elegir) y una bebida no alcohólica. La mayoría de platos fuertes no supera los diez dólares, lo que convierte este restaurante español en uno de los más razonables de la zona.
Los precios son estupendos… y la comida también. El menú incluye una gran variedad de platos típicos españoles: bocadillos, paella, chorizo y, cómo no, un amplio surtido de mariscos. Nuestra mesa pidió filete de pescado, camarones al ajillo y cazuela de marisco (uno de los guisos más populares), y todo estaba exquisito. Las cantidades resultaron perfectas, y los acompañantes contribuyeron a enriquecer el sabor de los platos fuertes. Lo más tentador, las salsas: ¡no pudimos evitar seguir mojando con pan después de terminar la comida! Por supuesto, regamos este festín español con sangría dulce. La camarera sugirió que pidiéramos una jarra en vez de copas sueltas, así que la fruta sobrante terminó convirtiéndose en nuestro postre improvisado.
Pese a que el restaurante no suele estar muy lleno a la hora del almuerzo, los “especiales” de Café Riazor resultan suculentos y económicos. El local suele estar ambientado con música pop mejicana… pero os garantizamos que no encontraréis variedades de nachos con salsa en la carta.