Entre finales de 1920 y principios de 1930, el inmigrante español Jose María Váquez vivió en Brooklyn, Nueva York, y trabajó en una tienda de ropa propiedad de un hombre de nombre Del Ríos. Pocos años después Vázquez conoció y desposó a la inmigrante argentina Estela Vázquez Batista, quien había obtenido una beca para venir a pintar a Estados Unidos. No imaginaban que acabarían convirtiéndose en dueños de una de las tiendas de ropa de mayor éxito en Nueva York.
El proyecto arrancó en 1937, año en que José y Estela abrieron una pequeña tienda en la calle 14th, en el corazón de la llamada “pequeña españa” (Little Spain). La Guerra Civil en España hacía difícil la adquisición de necesidades básicas tales como ropa interior masculina, que escaseaba especialmente. Estela -también costurera- se decidió a cubrir esta demanda, y encontró a una clientela interesada y agradecida. Durante esta primera etapa vivía con su marido y dos hijos en la parte de atrás de la tienda.
Transcurridos diez años, una vez finalizada la guerra, José y Estela habían ganado suficiente dinero para adquirir el edificio entero, cuando fue subastado por un hospital. Iniciaron una larga reforma arquitectónica con vistas a inaugurar un negocio completamente nuevo: una tienda de ropa exclusiva, La Iberia, que terminó por convertirse en la más prestigiosa de Nueva York.
Maximino, hijo de José y Estela, asegura que su padre “invirtió mucho dinero en la arquitectura y presencia del edificio, lo que le permitió acceder a ciertas marcas de ropa que necesitaba. Marcas americanas que, justamente, los españoles querían”.
La Iberia vendía a españoles tanto en España como en Nueva York. Los cargueros atracaban en la ciudad y la tripulación entera acudía a la tienda, lo mismo que si fuese Navidad, para comprar sacos enteros de ropa y llevársela. El establecimiento, que vendía marcas exclusivamente americanas, también formó una clientela muy sólida en el ámbito de las oficinas locales. Los empleados de compañías como Port Authority y fábricas como Nabisco compraban sus camisas, puños, cinturones, calcetines, medias y calzoncillos en La Iberia.
Maximino recuerda que el negocio siempre estaba concurrido, posiblemente por encima de su capacidad. También asegura que una parte del éxito de la tienda se debía al precioso diseño de sus ventanales. “Mi madre era artista por naturaleza, así que por fuera la tienda siempre se veía fantástica. En aquella época todavía se usaban los arreglos en las ventanas”.
La Iberia también funcionaba como una suerte de guardería. Los niños del barrio, residentes en las cuadras más cercanas, se reunían en el jardín trasero de la tienda durante las jornadas laborales de sus padres. El espíritu fraternal de esta comunidad se hizo notorio.
A partir de 1960, el traslado de inmensos volúmenes por medios marítimos se apoyó con el comercio a través de aerolíneas ibéricas y venezolanas. “Pero esto no afectó la calidad de los barcos”, cuenta Maximino. “Aquellos eran paquetes masivos; éstos en cambio pequeños”.
La tragedia embargó a la familia tras la muerte de José, en 1969, y apenas un año más tarde el negocio cerró. Pero esto no supuso el final de sus tentativas textiles: Maximino volvió a abrir las puertas del local tras reconvertirlo en una tienda de ropa femenina de descuento (una de las primeras de Estados Unidos); se llamó Low and Below (“Bajo y por debajo”). El nuevo negocio vendía ropa de marcas exclusivas rebajada de precio, un poco a la manera de SIMS hoy en día. Sin embargo Maximino era muy joven cuando inició la aventura (aún cursaba la universidad), así que terminó por aburrirse de la gerencia muy rápido. Por otro lado, la moda tendía a cambiar a vertiginosa velocidad: “de pronto se pusieron de moda las tiendas pequeñas –boutiques– y la ropa hippie”.
En torno a 1980, la llamada “pequeña España” había desaparecido, prácticamente. Los barcos españoles ya no llenaban los puertos, y una gran parte de esta comunidad se había trasladado a Queens, donde reinaba un influjo puertoriqueño. “Solíamos tener un vecindario, una sociedad, una identidad”, recuerda Maximino. “Pero en 1980 eso había desaparecido”.
Aunque Low and Below permaneció abierta poco más de tres años, Maximino no perdió el interés en la industria textil después de cerrar el negocio. Al fin y al cabo, se había iniciado en las compras, que realizaba para su padre, con tan sólo catorce años. “Siempre he tenido ese instinto comercial; todo lo que compraba se vendía”. Finalmente comenzó a diseñar, primero de ropa de alta costura y por fin bolsos, a los que aún se dedica hoy en día.
Lo que un día fue La Iberia hoy es una floristería llamada L´Olivier. Maximino aún es propietario del edificio, y uno de los pocos integrantes de aquella “pequeña España” que aún reside en el barrio.