Españoles en Nueva York
New York, viernes 28 (junio 1929)
Queridísimos padres y hermanos. Aquí me tenéis en New York, después de un delicioso viaje fácil, gracias a Don Fernando (de los Ríos), que se ha portado conmigo de tal manera que todo el mundo lo ha tomado por mi padre. No cabe mayor cariño ni más solicitud, y todos le debéis estar agradecidos.
Yo estoy contentísimo, rebosando alegría, y no tengo más preocupación que tener pronto noticias vuestras.
París me produjo gran impresión. Londres mucho más, y ahora New York me ha dado como un mazazo en la cabeza.
Tendría necesidad de escribir 22 cuartillas para contaros mis impresiones.
El viaje por mar ha sido prodigioso. El transantlántico tenía 46.567 toneladas, y la mar no se ha movido en los seis días. Han sido seis días de sanatorio, y me he puesto como a mí me gusta estar, negro negrito de Angola. La vida del barco es alegre y todo el mundo toma gran confianza. Yo he tenido un amiguito de 5 años, un niño bellísimo de Hungría, que iba a Amércia a ver por primera vez a su padre, que se fue antes de que él naciera. Jugaba conmigo y me tomó tanto cariño que se echó a llorar cuando me despedí de él, y no tengo que deciros que yo también.
La llegada a esta ciudad anonada pero no asusta. A mí me levantó el espíritu ver cómo el hombre con ciencia y con técnica logra impresionar como un elemento de naturaleza pura. Es increíble. El puerto y los rascacielos iluminados confundiéndose con las estrellas, las miles de luces y los ríos de autos te ofrecen un espectáculo único en la tierra. París y Londres son dos pueblecitos si se comparan con esta babilonia trepidante y enloquecedora.
Al llegar el barco tuve una gran sorpresa. Había un grupo de españoles esperándonos. Estaban Ángel del Río, Federico (de) Onís el catedrático, León Felipe el poeta, varios periodistas, el director de La Prensa, y… ¡agarrarse! ¡Maroto! (Gabriel García) Maroto, que se volvió loco dándome abrazos y hasta besos. Está aquí recién llegado de Méjico y gana mucho dinero como pintor y dibujante de revistas.
Se han portado conmigo y se están portando de manera excesiva, y lo mismo toda la colonia española. Ahora veo lo bueno que es ser hombre de fama que empieza a ser conocido, pues todas las puertas se abren y todo el mundo lo atiende de alta manera.
Judíos sefarditas en Nueva York
Nueva York, domingo 14 (julio 1929)
Queridísimos padres y hermanos…
[…] También he estado en una sinagoga judía, de los judíos españoles.
Cantaron cosas hermosísimas y había un cantante que era un prodigio de voz y de emoción. Pero también comprendo que en Granada somos casi todos judíos. Era una cosa estupenda ver como parecían todos granadinos. Había más de veinte, entre Don Manuel López Sáez y Miguel Carmona. El rabino se llama (David de) Sola (Pool), con la misma coloración palida de (¿Manuel?) Sola Segura, su probable pariente. En fin, que yo me moría de risa. Hicieron una ceremonia muy bonita, muy solemne, pero que a mí me resultó vacía de sentido. Me parece demasiado fuerte la figura de Cristo para negarla.
Lo que sí era extraordinario, era el canto. El canto era terrible, patético, desconsolado. Era una queja continua, de belleza impresionante,
Una cena con amigos españoles, tal vez en el Village
Nueva York, enero 1930
Querídisimos padres y hermanos,
Ayer comí con dos ilustres españolas, La Argentinita y Lucrecia Bori la cantante, uno de los ídolos de los neoyorquinos, pues aman la ópera por encima de cualquier cosa. Me invitaron a cenar y los tres comimos en un pequeño restaurante cerca del Hudson. Bebimos Anís del Mono que elogiaron efusivamente, pero pude apreciar que en realidad nos estaban dando un sustituto, Anís del Topo. Cuando lo mencioné al final de nuestra comida, montaron tal escándalo que casi llegan a los puños con el dueño del restaurante, un astuto compatriota gallego que estuvo muy gracioso.
De Federico García Lorca, Poet in New York (Poeta en Nueva York). Editado con una traducción de Christopher Maurer. Traducido por Greg Simon y Steven F. White.